LA CIUDAD IMPOSTADA. SERGIO RUIZ MATEO

LA CIUDAD IMPOSTADA
Quizás, en el futuro, pasear por el centro de Málaga suponga un dulce ejercicio visual. Intento imaginar que en ese tiempo, probablemente lejano, nuestra sociedad, más madura y aun más prospera, a la altura sin duda de sus vecinos europeos, cuide con primor las calles y edificios antiguos que son el testigo del paso de su andar temporal. Se aprovecharán los monumentos como lugares de cultura, y en las antiguas casas la vida real palpitará con niños y familias que decidan vivir en el centro porque sus servicios y calidad de vida no tengan parangón en la ciudad.

Pero a este panorama esperanzador hay que apuntarle un detalle algo inquietante: para entonces las casas, hermosos ejemplos de arquitectura popular y doméstica de los s. XVIII y XIX, serán puro atrezzo, una mera fantasía de opereta para que los turistas hagan su foto la tarde en la que son arrojados de su crucero, mientras hacen tiempo antes de otra escala más “mediática”. Sólo serán casas del siglo XXI a las que se les ha adherido, como un cuerpo extraño y confuso, una piel anciana que no acaba de entender qué carajo hace en ese sitio. No se cuáles pueden ser las consecuencias psicológicas de vivir dentro de un decorado holliwodiense, tampoco las culturales, pero es evidente que económicamente muchos listos se habrán forrado.

Nuestro centro va camino de este destino: pasar de ser una realidad, muy dura en muchos de sus espacios, a ser puro decorado. Pasear por sus calles es un ejercicio de puro masoquismo. Derrumbe tras derrumbe, solar tras solar, la incuestionable certeza de que el centro es un campo abonado donde el negocio inmobiliario ha decidido expoliar todo lo que se le ponga por delante, se presenta con una crudeza escandalosa. Están dejando muy pocas cosas en pie, y cuando lo hacen es para vaciar los interiores, despreciando totalmente los valores de la arquitectura del pasado.

Todo se hace por puro interés económico. La cultura, la historia y el arte no importan; incluso molestan. Ya se sabe: la ley del máximo beneficio con la mínima inversión. Cuando el edificio es de nueva planta, aprovechando el solar de una antigua edificación de la que algún espabilado consiguió el expediente de ruina, el resultado es aun peor: edificios que tratan de ¿emular? las arquitecturas decimonónicas pero con volúmenes, alturas y distribución de vanos e interiores que nadan tienen que ver con la centuria anterior.

Pero los únicos culpables no son los empresarios ávidos de suelo y rendimientos. Las administraciones, especialmente la municipal, que elabora los grados de protección, actúa en connivencia con ellos. Y si no es así, su incompetencia y lentitud es vergonzante. Permiten que se declaren en ruinas edificios abandonados a su suerte durante décadas, dando alegrías así a propietarios sin escrúpulos; no protegen con contundencia edificios que no son monumentales o significativos, olvidando el valor ambiental que poseen; y dan ejemplos negativos en actuaciones municipales, como la casa de Cánovas o la casa-torre de calle Granada.

Hace unos años se encargó a la Universidad de Milán un estudio de la zona de calle Beatas, donde varios profesionales pusieron de manifiesto la necesidad de conservar los espacios interiores y sus distribuciones. Pero un par de días antes de escribir estas líneas paseé por la zona y comprobé lo que muchos nos temíamos. ¿Adivinan cuál era el panorama? El bienintencionado trabajo de los investigadores italianos debió ser puro humo por parte de nuestras autoridades, ya que hay más muros en pie en el foro romano que en el entorno de Beatas y Cózar.

Lo realmente sorprendente es la mediocridad de nuestras autoridades. ¿Cómo es posible despreciar tanto al pasado y a la vez poner trabas a edificios realmente contemporáneos en nuestro centro? Diferentes arquitectos y urbanistas han repetido hasta la saciedad que cuando un edificio se pierde, el que lo reemplaza debe ser testigo de su tiempo y no una cínica copia (generalmente mala, por supuesto) de lo que no se supo conservar. Creo sinceramente que la arquitectura de vanguardia no se promociona, pero curiosamente tampoco se protege con la firmeza debida nuestro legado arquitectónico, de lo cual resulta un centro cada vez más romo, más impostado y carente de vida.


Es posible que con actuaciones particulares el casco histórico se convierta en un barrio de museos, visitado por propios y foráneos. Quizás las calles se recuperen y luzcan el esperanzador aspecto de calle Larios, pero el resto será falso, el cartón piedra será elevado a forma de vida, una especie de “Plaza Mayor” enorme donde poner tiendas de souvenirs y picassos de papel en las ventanas. Entonces no nos resultará extraño que a los malagueños se nos pida que ceceemos más, que nos vistamos de bandoleros y toreros, que toquemos la guitarra y bebamos al amparo de tabernas con olor a moscatel. Así seremos “Málaga Park”, ¡La escala más auténtica de su crucero por ciudades no realmente históricas!

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