TOROS Y NACIONALISMO. SERGIO RUIZ MATEO


TOROS Y NACIONALISMO

La decisión histórica, del Parlamento de Cataluña, de prohibir la celebración de corridas de toros en su territorio, ha venido a incrementar la tensión política entre las diferentes instituciones del estado y los partidos políticos representados en ellas. Pocos se han parado a pensar en que son muchos los que aspiran a poner fin a una tradición que califican de cruel y bárbara, y que en principio, éste debiera ser únicamente el centro del debate.


Sin embargo, la tentación por usar dicha decisión de un modo político era excesiva para resistirse; no en vano, las implicaciones económicas, sociales, culturales e incluso identitarias de la denominada “fiesta nacional” son abundantes y la posibilidad de manejar, manipular mejor dicho, al antojo del político y de la ideología de turno, infinitas. Los nacionalistas, de uno y otro lado del Ebro, han sido por supuesto los que mejor han sabido ver esas posibilidades.

Desde mi punto de vista, el toreo supone una actividad cultural muy enraizada en las sociedades mediterráneas, como todos sabemos. Una ritualización de la muerte y el sacrificio, de la lucha entre el orden y el caos, y por ende entre la civilización y lo salvaje. Es curioso que ahora se tache dicha actividad precisamente de salvajada, cuando celebra la victoria honorable del hombre sobre la naturaleza, tal como Hércules vencía al toro de Creta o al león de Nemea. En esa celebración se manifiesta el arte del torero, precisamente porque en esos aspectos se acentúa la diferencia entre hombre y animal, que reside en el propio ritual, en la técnica y el arte. El espectáculo no se ceba en el sufrimiento como elemento central, aunque éste aparece de forma asociada a la muerte, que es la otra gran protagonista. Como toda fiesta, se produce una sublimación de la vida, y por contraste, de la muerte inherente a ella.

Al escribir esto no quiero posicionarme en favor del toreo, tan sólo pretendo afirmar que en contra de lo que argumentan sus detractores, el buen espectador de una faena no disfruta con el sufrimiento del animal, sino con la capacidad del torero de arrancar una buena faena, puesto que se trata de un fenómeno estético. Una bella coordinación entre dos seres opuestos donde no es posible el ensayo o la planificación. Pero es importante entender que esto, ciertamente, no le quita un ápice de crueldad. Ni tampoco de anacronismo. Esta ritualización podía tener sentido en sociedades antiguas, con un sentido mágico y religiosos de la realidad, pero no en las actuales sociedades hipersensibilizadas e inundadas de materialismo y racionalidad. Nuestra concepción aséptica de la vida y el rechazo a la idea de la muerte, la muerte real, nos alejan del sentido primitivo del toreo. Valga como ejemplo el que las dos posturas esgrimen su amor por la naturaleza. No se trata de una competición, ambas la aman, pero de forma diferente. Una con un contenido simbólico, especie de laboratorio sacro y ético del universo; otra, con un sentido ecológico de respeto y protección de la misma.

Lo de la manipulación nacionalista es menos agradable. Por parte del nacionalismo catalán me temo que el fondo ecológico de la cuestión ha primado menos que el interés político. Se ha querido escenificar una ruptura simbólica con España. Allí, los primitivos españoles amantes de los toros; aquí, los modernos catalanes defensores de los animales. Algo completamente simplón a la par que erróneo, puesto que tanto en Cataluña como en el resto de España hay defensores y detractores de la fiesta. Prueba del cariz político es que no se han prohibido otros festejos que también suponen un castigo para el animal, como los toros embolados o a la soga. Seamos bien pensantes y creamos que se ha empezado por la única fiesta que acaba con la muerte del animal, para continuar seguidamente con las otras, aunque mucho me temo que todo se quede ahí, y que se respetarán las tradiciones que “ellos”, los pontífices del catalanismo, consideran propias de Cataluña y no contaminaciones españolas.

Ya pueden imaginarse que los medios conservadores españoles se han puesto como gato panza arriba, denunciando la enésima arremetida nacionalista catalana. Pero la aprobación se ha producido con el apoyo de muchos diputados socialistas y del nacionalismo moderado que votaron en libertad de conciencia. Habría que preguntarse qué ocurriría si tal votación se llevara a cabo en el Parlamento de la nación. Quizás algunos de estos heridos paladines del españolismo, otros pontífices claro está, se sorprenderían al ver que el toreo no tiene tanto apoyo como piensan, y que pese a que se le denomine “fiesta nacional”, está lejos de ser una fiesta que concite la unanimidad del país y que represente una clave identitaria asumida por todos. Convendría no olvidar que ninguna fiesta, ni lengua, ni el ADN, son el “sancta sanctorum” de la nacionalidad de los hombres. Ninguna nación desaparece porque suprima una tradición, y si lo hace es porque estaba constituida sobre una irrealidad, tan efímera como el paso del tiempo. La historia del estado-nación, especialmente durante el s.XIX, es rica en la instrumentalización de tradiciones y costumbres que se convierten en la plasmación del “alma del pueblo”, soslayando su verdadera esencia: los derechos de los ciudadanos, que en este caso, nos guste o no, han decidido a través de su parlamento, y de forma legítima, prohibir las corridas de toros.

Un episodio más de este fascinante ruedo ibérico, y nunca mejor dicho. En fin, como diría el famoso torero a cuenta de la función del filósofo, “ hay gente pa to”.

2 comentarios:

Rita dijo...

Yo, querido Sergio, pienso que en este caso, la defensa del animal ha sido la excusa perfecta para romper un lazo más con España y lo español. Y creo que los diputados socialistas que han votado a favor de eliminar la fiesta "nacional" de Cataluña también han empleado la excusa ecologista para hacer una vez más política, ya que sin el apoyo de CIU en la nación no hacen nada, ahora les tocaba a ellos apoyar a los "convergentes".
Una vez más primaron los intereses políticos, ¡qué pena!

Anónimo dijo...

Estoy totalmente de acuerdo contigo Rita, además, fíjate que sólo han prohibido la fiesta nacional, no otras fiestas que se celebran en Cataluña y que utilizan a los toros. No obstante, la culpa la tiene el sistema electoral que ni Felipe González, ni Aznar ni Zp han tenido huevos de cambiar este sistema y con ello quitarle el poder a los nacionalistas. Y asi nos va. Cuando la constitución española dice que todos somos iguales, una gran mentira como demuestra la actual ley electoral. El voto de alguien que vota al PNV vale más que el voto de un andaluz que vota a IU.