NOSOTROS Y ELLAS. ANA RUEDA.

Nosotras y ellas

Como dice Sebastián de la Obra en un artículo suyo que acabo de leer, yo también debo de ser una ignorante supina.

Debo de serlo, porque a mi más querida amiga se me olvidó pedirle la documentación el día que la conocí.

Debo de serlo, porque cuando me sentí sola, permití que me acompañara, pese a saber ya que «no tenía papeles».

Debo de serlo porque permití que me consolara, y que me abrazara, que compartiera mi dolor, al igual que me permitió compartir el suyo. Y así entre ternura aprendí a pronunciar su nombre y ella el mio.

Debí de ser muy idiota por aprender el nombre de alguien a quien se le niega hasta eso.

Debo de ser una ignorante supina por permitir que aprendiera mis palabras y yo las suyas y así poder yo entender su vida y ella la mía.

Debo de serlo por dejar que nuestras lágrimas se mezclaran y que nuestras risas parecieran iguales.

Quizás merezca hasta la cárcel por mi ignorancia, porque un día no pude soportar verla más vivir en aquel terrible lugar y me la llevé a mi casa. Porque ahí sigue aunque yo sepa que eso es un delito.

Debo de ser muy idiota por permitir que mi hija la quisiera y yo querer a los suyos, aunque no los conozca, aunque sólo los haya visto en esa foto manida que ella acaricia día tras día, y sobre la que llora noche tras noche, debo de ser muy idiota porque en esa foto veo a mi hija, y en esas lágrimas siento su ausencia.

Debo de ser una ignorante perdida, porque aunque sé que sus hijos nunca podrán venir a vivir con ella, la consuelo y la alegro con los planes que hacemos para cuando sus niños estén aquí. Debo de ser muy tonta por decirle que ese reencuentro hará que todo haya valido la pena, la ausencia, las palabras perdidas, los cuentos nunca contados, las lágrimas sin consuelo, los abrazos y las caricias nunca dadas, esos pasos sin su mano, esas heridas sin sus besos.

Ese pozo insaciable de dolor, de añoranza, de ausencia, de soledad, lo siento yo en sus lágrimas y en las mías, esos niños ausentes son los míos y me duelen en el alma, aunque no los conozca, pero es que ya se ve lo idiota que soy. Y cuando ella juega con mi hija y disfruta de sus caricias, y sus carcajadas y su risa, me hacen reír a mí, me hacen olvidar aunque sólo sea por poquito rato, lo ignorante que soy.

De verdad debo de ser una ignorante supina por no entender que las leyes por injustas y crueles que sean están para cumplirlas, que sabré yo ante los legisladores, personas de tanto ringorrango, que seguro que cada día trabajan por mi bien, que sabré yo de papeles ni de milongas, si sólo soy una pobre idiota que cuando mi amiga me mira con esos ojos que me transmiten un mundo, que me lleva a otros espacios, que me hace conocer otros lugares sin moverme de su lado me ensancha el corazón, que cuando veo su rostro tan diferente y sin embargo tan igual al mio, no soy capaz de ver a una extraña, sino sólo a una persona como yo.

Qué sabré yo de esas leyes que se hacen para protegernos de personas como ella, que no se resignan con el maldito destino que les tocó en suerte, un destino que ella no eligió, como yo tampoco elegí el mío, porque nadie elige el lugar en el que nace, o el hambre que pasa o la miseria que te consume. Su mala suerte fue no nacer en el lugar en que yo nací, mi buena suerte es no haber nacido en el lugar en que ella lo hizo, así pues no tuve que abandonar a mis hijos para poder darle una mejor vida que la que yo tuve, no tuve que abandonar mi pueblo sumido en la miseria, ni a mi familia y amigos tristes por mi partida, esperanzados por mi futuro. No tuve que dejar de hablar mi lengua, ni abandonar mis costumbres, para adaptarme a las de otro pueblo que aun así nunca dejara de verme como a una extraña, una intrusa, un ¿peligro...?

Realmente soy una absoluta ignorante, porque no entiendo ni acepto una ley que han hecho a su espalda y la mía, y que quiere poner un muro entre ella y yo, entre sus ojos y los míos, entre su piel y mi piel, entre ELLOS Y NOSOTROS. Porque ella soy yo, y porque yo nunca dejaré de ser ella.


2 comentarios:

Juana Godoy Aguilera dijo...

Me ha conmovido este texto; relato de lo real y cotidiano. Que no por real y no por cotidiano se convierte en aceptable. Es inaceptable que seres pensantes se sientan superiores por haber estudiado medicina, por vivir en el "barrio alto" o por tener dinero para comprar una camita de agua para su perrito Jacobo... Algo se está moviendo... Cada vez somos más las personas que hablamos y actuamos para que cambie la realidad inaceptable e insostenible que estamos viviendo.
Felicidades, Ana.

Tomás Morales dijo...

Yo también te felicito y delinco contigo en tu "delito",Ana.