GUADALAJARA, LONDRES Y EL SEÑOR DE LAS MOSCAS. ANTONIO DE MIGUEL ANTÓN.

COMPRENDER EL PROBLEMA
Aún estoy intentando comprender el problema de fondo que se esconde tras esta intensa semana de disturbios y violencia callejera en Inglaterra. Creo que tienen razón quienes denuncian que el problema es de educación, de ética y de moral, de ausencia de valores.

Hay quien señala que esto que ha sucedido ocurrirá en otros países. Tienen razón quienes apuntan que estas revueltas callejeras siguen la dinámica clásica de los comportamientos de masas y que son impredecibles, irracionales y que hacen perder la identidad de cada cual.

Esto que parece tan lejano y exclusivo de una sociedad inglesa con tendencia a liarla, también está presente en nuestra sociedad, en nuestros jóvenes, en Guadalajara.

Al analizar lo sucedido en Tottenham, en el resto de Londres y en otras ciudades de Inglaterra como Birmingham y Manchester, no he podido evitar que me venga a la memoria una anécdota que me ocurría, hace unos meses, en los cines de Guadalajara.

En su momento compartí el suceso con vosotros y hoy lo traigo a la memoria, por el paralelismo con lo acontecido esta semana en Inglaterra:

“Ayer, en los cines de Guadalajara, fui testigo de la sociedad “silente”, inerte y pasiva que hemos creado. Nadie fue capaz de decir a un puñado de adolescentes que dejasen de gritar y molestar durante el pase de una película. Es más cuando, les reprendí y les pedí que dejasen de hacer ruido, de levantarse constantemente, de romper, de ensuciar, de destruir, de hablar por el móvil, de poner las piernas sobre el asiento delantero de… las personas de la sala, me miraban como si el raro fuera yo”.

Ya no es que la sociedad consienta, ya no es que deje hacer, potenciando las malas conductas, educando en el consentimiento, sino que encima te mira como un bicho raro reprobando tu actitud. Nos hemos acostumbrado a vivir en ambientes tan inhóspitos y a condiciones tan extremas que vivimos en una “miseria moral” y una pobreza de valores muy alarmante. La sociedad traga con todo y se adapta a esa forma de vida y lo que es peor hace de ello la normalidad. ¡Eso son tragaderas, si señor¡

A la salida del cine les pedí a los responsables de las salas y a la seguridad del centro comercial que pusieran fin a estas actitudes de los jóvenes, que regañasen, que fueran severos, que no dejasen hacer, que fueran rápidos en sus decisiones para no perder eficacia. La respuesta es que esto es lo normal y habitual de todos los días y que lo hacen con cierta asiduidad. Educar, consentir, tener paciencia, hemos confundido estos términos. Hay que dejar de dejar hacer.”

Esta semana de furia que hemos presenciado en Inglaterra tiene muchas similitudes con la situación vivida entonces en los cines de Guadalajara. El vandalismo, la furia, el juego a modo de destrucción. La fiesta a modo de violencia. La impunidad con la que merodean por las salas, por los pasillos de las salidas de emergencia de los cines, por las calles de ciertos barrios de Londres y por las calles, parques y glorietas ajardinadas de ciertos barrios de Guadalajara; en las que aparecen rotos o incluso desaparecen: bancos, papeleras, grifos de fuentes, globos de farolas, césped artificial, señales de tráfico, alcantarillas, tuberías de riego por goteo, juegos infantiles, bolsas para excrementos de perros y demás mobiliario urbano. A cambio, nos dejan sus restos de botellón: botellas, bolsas de plástico, vasos, embases de comida a domicilio, ascuas de la fogata en la que se calentaron y demás residuos que todos conocemos. ¿Veis ahora las dos realidades tan sinónimas de las que os hablaba?

Tienen razón quienes señalan que esta sociedad está enferma y que este sistema democrático, neoliberal y de consumo no tiene freno y que será suicida si no se somete a control y a normas éticas. El problema es de educación, de ética y de moral, de ausencia de valores. La educación, a través de la escuela, de la familia, de la sociedad ha de imponer con autoridad estas normas. Los padres tienen que exigir sin claudicar. Hace falta disciplina en la familia y en los centros educativos. Es fundamental dejar de dejar hacer. Es necesario responsabilizarse y comprometerse con los valores éticos, con la cultura del esfuerzo, con lo afectivo, con el respeto ante la dignidad humana, con la indignación ante lo injusto y con la compasión ante el dolor ajeno. Es hora de comprometernos con la educación de nuestros jóvenes, con su educación social, afectiva, emocional, vital. La clave está ahí, en la educación. De ella dependerá cada vez más el progreso social, económico, ético y humanista de la sociedad.

¿Creen que el ser humano es bueno o malo por naturaleza? ¿O es la sociedad-como decía Rousseau- quien la corrompe? Esta irremediable pregunta que año tras año lanzo a mis alumnos adolescentes, cuando reflexionamos sobre la genial novela y película “El señor de las moscas” hoy me vino a la cabeza: las circunstancias muestran lo peor y lo mejor de cada uno.

En la novela Ralph y “Porky” intentan transformar lo que les rodea e intentan crear una sociedad democrática, justa, ecuánime, creativa, culta. Asimismo, es el deseo de los dos contribuir, desde la educación, la cultura y la transmisión del saber, a conseguir una sociedad mejor: un mundo mejor. Los dos tienen una visión humanística y científica de la sociedad.

Hay una escena en la película en la que Ralph habla con Sam y Erick y les dice: “si al final me matan será porque vosotros los permitís, si no os enfrentáis a él, siempre seréis sus esclavos”. Es una película con mucho mensaje, merece la pena verla y más ahora en estos tiempos que corren. A mí me parece interesante. Ojalá os guste.

Cada uno de nosotros, desde nuestra posición de padre, de madre, de maestro, de periodista, de político, de ciudadano de la tribu; hemos de enfrentarnos a este modelo deteriorado. Hemos de sanear esta sociedad enferma. Hemos de” indignarnos” y hacer frente a las demasiadas cosas poco racionales que hay en torno al arte de educar.

Tendremos, todos, que hablar, estudiar y proponer modos concretos de colaboración educativa. Hay que esforzarse y trabajar en esto. Tal vez, al levantarnos un día, por la mañana, podamos así, encontrar algo diferente.

Ser libre e independiente y decir lo que sientes, ha de dejar de ser difícil y peligroso en esta sociedad. En fin.

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