LA JAURÍA HUMANA. LUIS ENRIQUE IBÁÑEZ CEPEDA

LA JAURÍA HUMANA
Lo que menos necesita una sociedad, ya medio enferma, es la existencia de supuestos comunicadores a los que no les tiembla la mano para prender, orgullosos, la mecha del odio.  ¿No tienen, ni siquiera en mitad de la noche, alguna sombra de duda? ¿Es tanto el placer obsceno que obtienen jaleando, espoleando, la locura, la venganza, de una masa deseducada por los medios, de una masa que, como tal, siempre se comporta de forma estúpida? Dos ejemplos, a propósito de la sentencia sobre el trágico caso de Marta del Castillo

A toda página, a cinco columnas, la imagen en blanco y negro de la desgraciada víctima sobre un fondo desasosegante. En un pequeño círculo, en color, la foto, en primer plano, del condenado por el asesinato a 20 años de prisión. El titular no deja lugar a la duda: Injusticia con Marta. Solo una insignificante preposición molesta un poquitín, apenas nada, para que hagamos, inevitablemente, la identificación del nombre de la víctima con el terrible vocablo injusticia. El periodista que imagina el titular sabe lo que hace: nada de frases, ni de palabras que distraigan.

Clímax de estilo nominal para que las dos palabras lleguen, como dos puñetazos incontestables, a la conciencia del lector.

Pero, quizá, lo peor está después. Me refiero al subtitular. Concretamente a esa parte que dice:

... la sentencia que condena solo a Carcaño y absuelve a los demás acusados.

Solamente con la omisión de una palabra, que aparece ahí como despistada, como diciendo "no, si yo no digo nada", el sentido de la frase sería totalmente distinto:

... la sentencia que condena a Carcaño y absuelve a los demás acusados.

Pero no. La premeditada, la estudiada presencia de ese adverbio imperial, de ese lacayo convertido en rey de la expresión, de ese SOLO, hace que el inconsciente de ese desprevenido lector impulsivo traduzca automáticamente (como uno de esos malos traductores de Internet) y obtenga, casi sin poder evitarlo, el siguiente mensaje:

... la sentencia que condena solo a Carcaño y absuelve a los demás ¿culpables?

José Antonio Zarzalejos (curiosamente exdirector del diario ABC) pronunció una magnífica conferencia en un foro de indudable prestigio, el II Congreso de la Lengua Española. El título de la conferencia era En el titular está el periódico. Y en ella se decían cosas como estas:

"Nada es inocente, ni queda al albur del azar o la inspiración"

"Las pautas de análisis de los titulares no parecen tan distintas de las que se puedan utilizar para la publicidad u otro tipo de comunicación de masas, en los que la unidad de un mismo mensaje, en el más breve espacio, busca la mayor intensidad."

"El redactor del titular pone el discurso en acción, lo moviliza, valiéndose, claro está, de las variantes que esa lengua le permite, para apoyar su manipulación"

Pues eso.

La verdadera injusticia, la que jamás se podrá reparar, es la inasumible muerte de esa pobre niña.

Sin embargo, el anterior titular del diario ABC no es nada, si lo comparamos con los textos que algunos graves pensadores, sutiles y perspicaces, son capaces de escribir.

Y Alfonso Ussía cogió su fusil (...)

Lo escribí meses atrás cuando el repugnante «Cuco», más que una condena, fue objeto de un masaje judicial. No hay en España ningún rincón libre de miradas. Allá donde vayan y allá donde estén, los estarán vigilando. Aparezca o no el cuerpo de Marta del Castillo, su sombra se moverá siempre con ellos, y la resistencia anímica no se sostiene toda la vida. Para mí, que ellos mismos serán sus jueces y terminarán redactando sus propias condenas.

«El Cuco», que para camuflar su antiestética se ha dejado pelo de puta antigua, podrá ir las veces que quiera a la peluquería para cambiar su aspecto. Pero todos lo conocen, y en Sevilla más. «El Cuco» y sus compañeros de fechorías no podrán hacer jamás una vida normal. Están señalados. Y no le arriendo las ganancias al canalla de Carcaño durante sus años de cárcel. En las prisiones existen unos códigos no escritos por los propios presos que en ocasiones suplen al Código Penal (...)

(Fuente: Justicia burlada, por Alfonso Ussía, en La Razón.es)

Aparte de la frescura, de la dulzura, de la limpieza, del claro afán de objetividad... que desprenden expresiones como

...el repugnante «Cuco»...

...masaje judicial...

...para camuflar su antiestética se ha dejado pelo de puta antigua...

habitan sin vergüenza en el texto anterior ideas mucho más dañinas... mucho más peligrosas. Me refiero a esas reflexiones (a algún loco podrían parecerle casi propuestas) que parecen bailar como locas al borde del delirio colectivo:

... No hay en España ningún rincón libre de miradas. Allá donde vayan y allá donde estén, los estarán vigilando...

...Pero todos lo conocen, y en Sevilla más...

Y para rematar la jugada:

...no le arriendo las ganancias al canalla de Carcaño durante sus años de cárcel. En las prisiones existen unos códigos no escritos por los propios presos que en ocasiones suplen al Código Penal.

¿Que en ocasiones suplen al Código Penal?

¿Y ya está?

¿Y nos quedamos tan panchos?

¿Qué quiere decir el autor? ¿Está insinuando algo? ¿Está sugiriendo algo?

¿Está deseando algo?

Cuidado.

Siempre, el buen cine puede acudir en nuestra ayuda para intentar abrir esas herméticas ventanas, tantas veces cerradas al entendimiento, a la razón, al pensamiento calmo que nos permita regresar a nuestra condición de seres civilizados.

La jauría humana es una película realizada en 1966 por Arthur Penn, e interpretada en sus principales papeles por Marlon Brando, Robert Redford, Angie Dickinson, Jane Fonda... entre otros.

La película constituye un despiadado y certero retrato de la sociedad norteamericana de ese momento. El hilo argumental gira en torno a un preso condenado injustamente que huye de la cárcel y regresa, a escondidas, a su pueblo. Desde el momento en que su rumorea su vuelta, comienza una caza despiadada por parte de la mayoría de la población que desea lincharlo, sustituyendo (como se decía más arriba) la Ley, el Código Penal, por la acción ciega de una masa ida de ira. La contrapartida está sustentada por el personaje del sheriff (interpretado por Marlon Brando) que, de forma desesperada, intenta aferrarse al último tronco de lo moral, aunque sea navegando sin rumbo en el océano sin fin de la corrupción generalizada.

Un hombre llega a una pequeña ciudad. Por una serie de siniestras coincidencias, es acusado de un terrible delito. Ingresa en prisión, de forma preventiva. Dadas las terribles características del delito del que es acusado, la gente empieza a perder su humanidad y, de forma animalesca, empieza a concentrarse a las puertas de la cárcel. La temperatura va subiendo. La gente grita (los primeros planos de Lang, recordando las mejores imágenes del expresionismo, son brutales) y pide ¿justicia? El dique invisible de una supuesta contención inexistente, estalla. La gente se avalancha e incendia la prisión. Al sospechoso se le da por muerto, y más tarde comenzará un juicio -casi global- por su muerte...

Todos, me refiero a las personas normales, deberíamos pensar bien antes de hacer comentarios, antes de mostrar opiniones inciertas que, a lo mejor, no son nuestras.

Vigilar para que ese fuego primitivo que habita escondido en nuestro interior no juegue con nosotros allí... en la esquina del odio

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