¿REFORMISTA O RUPTURISTA? SEGUNDA PARTE. MARINA FLOX BEN

¿REFORMISTA O RUPTURISTA?

Bueno, vamos con la segunda imagen que os comentaba en la anterior entrada. En la charla-debate Ataque a los Estados del bienestar, uno de los ponentes recogió una expresión que tod@s habremos oído o leído alguna vez, “la caída del sistema” y pronunció la palabra “empujar”, ambas ideas me hicieron construir una imagen para verlo más claro. Aunque por lo visto no se ajustaba a lo que el ponente quería decir, creo que es interesante compartirla.

A esas dos citas tengo que añadir una tercera expresión también muy común en la calle y que será la imagen en sí: el tren de vida que llevamos, el tren en el que estamos subid@s. Vale, pues ya podéis imaginaros el tren, que circula cada vez más rápido por unas vías que recorren amplias explanadas, que transcurren por túneles y puentes de todas las alturas. El tren es el sistema neoliberal en el que estamos subidos, en el que hemos nacido, que seguimos alimentando, que hemos ayudado a construir, etc. y desde el que vemos de vez en cuando, gente que se esconde en los pocos bosques que atravesamos y vamos arrasando. En el tren tod@s seguimos con nuestras vidas como podemos, y cada un@ hace lo que siempre ha hecho. Nos parece mal contaminar ese planeta por el que las vías que facilitan nuestro paso se multiplican. Nos intriga ver a esa gente que no está subida a este tren que en un principio pareciera englobarnos a tod@s. Otras veces nos compadecemos de las formas en las que vemos a esta gente, pues no pueden llevar el mismo tren de vida que nosotr@s.

Vamos cómodos, nos entretenemos en unos pocos vagones sin darnos cuenta de las limitaciones que nos auto-imponemos. Entre nosotr@s también hay diferencias, pues algun@s van hacinados en los últimos vagones; otr@s, la mayoría, se sitúan en los vagones de clase turista; un@s pocos van en preferente y luego están aquell@s que se encargan de dirigir nuestros destinos, esto no nos importa mucho, porque en principio, nadie tiene intención de bajarse del tren.

Poco a poco ese tren tan sofisticado que nos permitía ver los paisajes desde la ventana y hacer nuestras vidas en su interior con la holgura necesaria, va incrementando su potencia y vemos pasar todo con demasiada velocidad, incluso llegan noticias desde los últimos vagones de que ha habido gente que en las curvas se ha descolgado de las ventanas donde se aferraban, porque ya dentro no cabía ni un palillo. En clase turista también se notan los repentinos acelerones y se reduce la capacidad de movimiento. En la clase preferente ni han notado ni oído nada de esto.

Empieza a cobrar fuerza la idea de que el tren no va a parar de incrementar su velocidad, y que esto va a tener resultados desastrosos. Por el momento, va a eliminar todas las comodidades que nos brindaba, y más tarde, tod@s temen que acabe por descarrilar en alguna curva o perdiendo el control sobre alguno de esos mega-puentes. Al principio sólo son rumores, algun@s confían en que son fallos momentáneos, otr@s se conforman y no le buscan salida porque no ven que se pueda hacer nada... El tiempo pasa, el tren no aminora la marcha. Todas las seguridades con las que la gente hacía sus vidas se han ido perdiendo. La gente tiene bastante con agarrarse bien y evitar ir dándose trompazos. Ya se sabe que no son fallos momentáneos pero también se sabe que no va a descarrilar. Sólo no.

El tren ha adquirido una velocidad de vértigo, que ha hecho multiplicar las vías férreas de forma exponencial, elevando así su capacidad destructora. También ha aumentado el ruido que se ha convertido en ensordecedor en el exterior (aunque se pudiera, no se vería ningún animal desde las ventanas, pues todos huyen en cuanto les llega de lejos su sonido). Ha disminuido la capacidad de maniobra de sus pasajer@s, pero no pierde el control de sus máximos. No descarrilará. El tren no, pero sí se irán perdiendo vidas y anulándolas.

Bien, hasta ahí el planteamiento, para poneros en situación.

Ahora veremos de forma escueta, unas cuantas opciones para cambiar de sistema, para pasar de esas vidas anuladas a vidas en las que nuestra libertad no sea nominal sino real. Antes, para ver la diferencia entre nominal y real pondré un ejemplo: en el tren nos dicen que podemos hacer lo que queramos, pero la realidad es que a esa velocidad no todo el mundo es capaz de sostenerse en pie. Así pues, el 99% de los ocupantes del tren están de acuerdo en que algo hay que hacer. Lo que no tienen claro es qué.

De primeras podemos pensar en diferentes opciones que supongo que podréis calificar fácilmente como rupturistas o reformistas (al igual que ocurría con las posibilidades que teníamos frente al lienzo del que hablaba en la 1ª parte):

Opción A.- ¡Saltemos del tren!

Menudas lesiones nos haríamos, ¿no?, ¿sería todo el mundo capaz de lanzarse o tendríamos que ir empujando a la mayoría?

Una vez que estemos abajo... ¿qué queremos? ¿lo tenemos tod@s claro? ¿coincidimos?

Opción B.- ¡Hagamos descarrilar el tren! Luchemos por formar parte de esa clase preferente o de esa gente que controla los mandos y subamos la potencia aún más!

Si no todo el mundo está convencido en querer abandonar el tren... ¡convenzámosles a base de dárnosla!

¿Cuántos supervivientes quedarían? ¿El fin justifica los medios? Incrementaríamos los costes sociales que ya están sufriendo la mayoría del pasaje. Tendríamos que ser como George Soros, al cual algun@s califican de cínico... ¿y después?

Opción C.- ¡Construyamos un muro en medio de las vías! Suponiendo que algun@s pudieran bajarse con el tren en marcha para levantar un muro de contención... se salvaría el cinismo de la opción B pero el resto sería igual.

¿Cuáles serían las consecuencias de parar el tren en seco? ¿Cuánta gente quedaría con vida? ¿En qué condiciones?

Opción D.- Podemos idear un sistema de descenso... algo así como una cuerda por la que nos fuéramos deslizando, aliviando un poco los golpes que sufriríamos si nos tirásemos directamente.

¿Todo el mundo querría bajarse del tren? ¿todo el mundo tendría la suficiente forma física como para ir deslizándose por ella? (Recordad que al saltar esto lo salvábamos empujando a aquell@s que no saltasen sól@s, pero aquí depende de cada persona el poder reducir las lesiones).

Y vuelve la pregunta.. ¿y después qué? En el tren aún hay servicios mínimos que nos aseguran ciertas necesidades, sabemos las reglas del juego. ¿Y abajo? No todos tienen la misma idea de lo que habría que perseguir. ¿Esperamos a ponernos de acuerdo antes de comenzar a descender? ¿Nos pondremos de acuerdo en el sistema que querremos construir una vez abajo? ¿Cuántas vidas se perderían mientras se llevan a cabo esas deliberaciones?

Opción E.- No hacer nada. Que cada un@ se las apañe como pueda. Dar la batalla por perdida antes de empezarla.

(Sin comentarios).

Opción F.- ¡Pongámosle frenos!


¿Por qué no? ¿podemos? ¿cómo?

Para algun@s, ponerle frenos no es suficiente. Podemos pensar que volverá a alcanzar mucha velocidad porque nació para ese fin. Puede ser. Pero esta opción es compatible con la opción personal de saltar o deslizarse del tren sin obligar a nadie a hacerlo.

Y también es compatible con la idea de poner tantos frenos que se acabe teniendo una velocidad tan lenta que permita bajarse con seguridad del tren o incluso de pararlo del todo. Es compatible por lo tanto, con la posibilidad de pensar qué futuro se quiere construir una vez se baje del tren y/o abrir otras posibilidades gracias a dotar a sus pasajeros de tiempo para ello. Sin que nadie tenga que saltar a la fuerza ni sufrir un descarrilamiento ni choque frontal.

Es cierto que el peligro está en que cuando se ponga una cierta cantidad de frenos se vuelva a alcanzar una velocidad adecuada para gozar de las mismas comodidades y facilidades que antes hicieron hacer la vista gorda sobre otras formas de vida más respetuosas con el medio ambiente y con el resto del planeta. Es cierto. Pero anular la posibilidad de volver a caer en el mismo error por el hecho de imponer por la vía de acciones contundentes una opción determinada, creo que es un riesgo que se debe correr por coherencia, como consecuencia del respeto debido a la libertad por la que se lucha.

Hay que tener en cuenta que hay otras opciones compatibles, aunque no se desarrollen en el mismo espacio de tiempo, por ejemplo, es posible que haya gente que conforme a su decisión personal salte del tren y es posible que después el resto del pasaje haya decidido incrementar su velocidad para conseguir que descarrile. También es posible, como he dicho, ponerle algún freno y que haya gente que encuentre entonces la oportunidad de deslizarse por la cuerda.

Por otro lado, hay que tener presente también, que si lo que se quiere es acabar de una manera total con ese tren, no caben muchas más opciones que las de obligar a tomar esa opción al resto de l@s pasajer@s y hacer que tod@s salten, que el tren descarrile o choque, con las dolorosas consecuencias que esto tendría. Si alguien cree que saltando del tren rompe con el sistema... es cierto, pero sólo en su mundo, es decir, el tren seguirá y seguirá arrasando nuevos parajes y seguirá trasladando viajer@s. No porque sus pasajer@s no vean a las personas que viven de una forma distinta no quiere decir que no existan y viceversa, no porque el que haya saltado no quiera ver la existencia del tren, ésta no dejará de ser una realidad.

Así pues... ¿reformista o rupturista?: pues reformista sin que por ello deje de ser un camino hacia la ruptura. Opción F. Que.. ¿cómo? Pues si estuviéramos a principios de noviembre os diría que usando de forma eficaz nuestro voto, pero ahora, por poner algunos ejemplos, os vuelvo a remitir a la entrada titulada ¿Hacia dónde vamos? pero sólo son unos cuantos ejemplos. Me gustaría que empezásemos a centrarnos en elegir qué freno poner, cómo, quién lo puede poner, cuándo, etc. En fin, me gustaría que empezásemos a unir fuerzas para contrarrestar esa velocidad que nos arrastra.

1 comentario:

juanmanuel dijo...

Opción G: Dejar de pedalear. No nos hemos dado cuenta que es un tren a pedales, y que la energía que lo impulsa la aportamos cada uno de nosotros. VOTAR EN BLANCO