COMPARTIENDO. LLUIS GONZÁLEZ


COMPARTIENDO
Desandando unos cuantos millones de años de nuestra historia nos encontraríamos con un animalillo saltando de rama en rama por las copas de los bosques africanos. Todo él estaba adaptado a esta vida que podríamos llamar aérea pues constituía su hábitat natural. Frutos, hojas i tallos tiernos e incluso insectos i gusanos formaban parte de su alimentación. El ramaje daba soporte a sus actividades tanto si jugaban como si buscaban alimento como si se abandonaban a los sueños profundos de aquellos que no tienen conciencia. El espeso follaje los protegía del mal tiempo y de las penetrantes miradas de los predadores que pasaban volando por encima de sus peludas cabezas.


Ya fuera por necesidad, por curiosidad o a causa de un desaventurado accidente aquellos animalillos empezaron a tocar de pies en el suelo. Esto dio un vuelco a todo su mundo.

El nuevo hábitat exigió unas transformaciones profundas a su biología. Sus extremidades tuvieron que soportar el peso del cuerpo atrapado por la gravedad. Las plantas que crecían a ras del suelo les escondían la presencia de posibles predadores hambrientos a la búsqueda de comidas satisfactorias. Aquello con lo que ellos mismos podían alimentarse era totalmente distinto a lo que encontraban antes unos cuantos metros más arriba.

El cuerpo empezó a escapar de la atracción gravitatoria y, con esfuerzo, fue consiguiendo mantenerse erecto más y más tiempo, apoyándose en las patas que hasta el momento eran traseras. Sus ojos fueron desplazándose a hacia la parte delantera del rostro lo que les proporcionó una visión binocular con la cual podían aproximar mejor la medida de las distancias y desde aquella pequeña atalaya detectar los peligros antes de que no fuera demasiado tarde. La estructura ósea se adaptó a aquella nueva forma de moverse, las caderas, la columna, la posición del cráneo, la forma de los pies. De hecho, toda su osamenta sufrió un cambio radical. No fue cosa de dos días. Mutación tras mutación la naturaleza iba probando nuevas formas. Muchos errores provocaron tantos sacrificios…
 Y también un nuevo descubrimiento: los restos de animales muertos podían también servirles como alimento. A pesar de su estado de putrefacción. Energía rápida que integrar en sus cuerpos y claro otros cambios: los dientes, los intestinos…

Poco a poco, aquel animalito parecido a un lémur que empezaba a andar por el suelo firme con los cuatro pies en tierra y la cola empinada fue acercando su parecido a los chimpancés que conocemos hoy día.
El aporte suplementario de energía conseguido con el cambio de alimentación fue causa del crecimiento físico y fisiológico de un órgano bien importante: el cerebro. Sus habilidades ganaron en calidad y diversidad.

Como seres gregarios que eran, desplazamientos y otras actividades se llevaban a cabo siempre en grupo. Y la vida en grupo comporta toda una serie de factores que contribuyen a su cohesión. Uno de ellos es la distribución de los diversos roles que cada uno juega en el seno del clan. El otro, posiblemente más importante en el de la comunicación que mantienen entre todos y cada uno de los miembros de la pandilla.
 Este aspecto también fue evolucionando y los ronquidos, rugidos, gemidos, gritos, bufidos y silbidos dieron paso a un lenguaje articulado que se complicaba cada vez más. Aprendieron que podían dar nombres a las cosas y que estos nombres debían de ser los mismos para todos los miembros del mismo grupo. El lenguaje debía ser compartido para poder ser comprendido.

Sus extremidades superiores acababan en unas manos que les permitían una movilidad mucho más precisa que la de los otros animales. Podían coger cosas y transportarlas, y también manipular los objetos.
Descubrieron que golpeando entre sí algunas piedras, al romperse, tenían cantos vivos que podían ser utilizados para diversos fines: cacería, despedazado, raspado de pieles. Probaron diferentes clases de piedras i supieron como pulirlas y construir herramientas cada vez más sofisticadas.

Cada pequeño avance era inmediatamente mostrado a sus compañeros de tribu. Las labores que se proponían resultaban alcanzadas más fácilmente y con mayor rapidez así que no si cada uno iba por su cuenta y riesgo.

Golpeando piedras y bastones descubrieron además algo la mar de agradable: el ritmo, la música que se podía mezclar con los sonidos que surgían de lo más profundo de su cuerpo. Con tierras de colores pintaban las paredes de las cuevas. Así, con palabras, imágenes y los sonidos que creaban con palos, piedras, cañas huesos…explicaban aquello que constituía su cotidianeidad: las cacerías, las danzas, la maternidad… Cuantos alrededor del fuego. Otro de los descubrimientos importantes que, convocándoles a su alrededor, les ayudó a construir aquel sentido de pertenencia que ahora es tan propiamente definitorio de los humanos.

Cuando los grandes hielos empezaron a fundirse y a retirarse hacia el Norte dejaron mucha tierra destapada que con el tiempo se fue recubriendo de plantas de les más diversas especies. Allí se reencontraron humanos ya bastante evolucionados y nuevas especies de animales. El cerebro de los primeros había evolucionado suficiente y estaban ahora equipados con unas capacidades que no poseían unos miles de años antes. Con su capacidad de observación se atrevió a imitar los ciclos naturales, plantar semillas y recoger los frutos de manera que ya no tuvo que ir de un lado a otro buscando aquello con lo que se pudiera alimentar. Los descubrimientos se sucedían y la evolución que experimentaban aquellos seres se aceleraba como consecuencia de la adaptación al nuevo entorno que ellos mismos iban creando. Las tareas se complicaban y multiplicaban. No había tiempo para todo y se tuvieron que distribuir: se especializó cada cual en alguna diferente. Y a esto lo llamaron “trabajo”.

Así, haciendo uso de aquellos descubrimientos, accidentales unos pero cada vez más a menudo imaginados y construidos con sus propias manos, fueron creciendo en número y se dividieron en diversos grupos, conquistar otros espacios y diseminarse por toda la tierra.

Luego uno de ellos descubrió algo que dio al traste con todo: podía manipular a sus compañeros para conseguir que le hicieran sus tareas, para que llevaran a cabo su “trabajo” mientras él se quedaba contemplándolo. Dejó de compartir el fruto de su actividad para aprovecharse del fruto de la actividad de los demás. Había nacido el empresario.

El hecho de compartir aquello que hacemos es el comportamiento más básico y fundamental gracias al cual el ser humano a llegado hasta el grado de seguridad y de bienestar físico y mental del que podemos disfrutar hoy día. Contrariamente, la manipulación y la explotación de unos por otros, la acumulación de bienes y riquezas, comporta la desgracia y miseria para muchos que no tienen acceso a las oportunidades. Hambre, sed, enfermedades, guerras son las consecuencias que siempre tienen que ser sufridas por los más débiles.
  

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