EL BARRO DEL ORO. ZURIÑE O. DE LATIERRO

EL BARRO DEL ORO
En un rincón de Mozambique familias enteras cavan hasta 15 metros de profundidad en busca del tesoro que les cambie la vida. Algunos mueren y muchos enferman. Pero este es un país donde la gente nunca se rinde

 La provincia de Manica se encuentra en una de las zonas más elevadas de Mozambique, donde nacen muchos de los ríos que riegan el país por el Este hasta perderse en el Índico. Sus aguas son de una elevada pureza, por eso las envasan y comerzializan desde hace tiempo. Pero en sus orillas hay un tesoro infinitamente más rentable, aunque cueste la vida hallarlo. Oro en pleno campo.


Las tierras son de un puñado de agricultores que se desriñonan poco porque hay cientos de niños y hombres dispuestos a enfangarse hasta los ojos por un sueño. El asunto funciona más o menos así: familias enteras se instalan por allí, levantan chozas con cuatro palos y se ponen a cavar, a remover y a limpiar ese barro rojo hasta dar con los copos dorados. Pululan, también, otros tipos que no se manchan. Son los compradores. Pagan el gramo -hay quien ha cogido hasta 10 un día- a unos 28 dólares. La mitad es para el propietario de la tierra. En la ciudad, el precio se multiplica. El último año se ha disparado un 25%.

Por las orillas rondan una tercera clase de hombres que tampoco se pringan las manos. Venden ginebra a escape libre, el carburante de muchos de estos mineros desesperados que comen ratones asados y bailan por la noche hasta que se apaga la alegría del alcohol. Muchos han cruzado fronteras a pie para salvar la vida y la de los suyos con el oro de Manica. Pero hay quien la pierde.

Los pozos son tan frágiles como una vasija de barro en el torno. Cavan hasta 15 metros de profundidad. Y por allí no hay ingenieros, ni personal de seguridad que les advierta de los derrumbes, del riesgo de asfixia... Hace año y medio murieron seis hombres y otros cinco salieron vivos de milagro, heridos de gravedad. El barro cedió, la mina se derrumbó. El accidente se produjo en el distrito de Maccosa a donde se desplazó un equipo del Ministerio de Recursos Minerales, con toda su pompa e ineficacia. Aún hoy desconocemos el fruto de la investigación. Esto es, si se produjo en una zona donde hubo supervisión oficial de que las cosas se hacían como manda la legislación o, como parece, era una mina de lo más artesanal.

Por esos barros no tienen ni idea de qué es el mercurio o el sílice, compañeros del oro altamente tóxicos. Pero pensar en cualquier tipo de protección cuando se les ve trabajar descalzos, casi desnudos, apenas ayudados por palas y palanganas, es tan ingenuo como confiar en que los mega pozos de gas descubiertos hace nada mejorarán la vida de este pueblo, apaleado por una guerra civil que duró de 1977 a 1992.

Muchos de los que hoy cavan escaparon hace años al vecino y prometedor Zimbawe. Pero el país de Robert Mugabe ha dejado de ser el granero del cono sur, con la economía hundida y el desempleo por las nubes. Ante este panorama, las minas mozambiqueñas no parecen una mala alternativa, aunque suponga regresar a uno de los países con el índice de desarrollo más bajo del mundo y el de la mortandad infantil entre los más altos. Pero la calidad de vida ha mejorado algo y la economía creció un 7% el año pasado y el primer trimestre del presente va por el 8,1%.

«Solo Dios lo sabe»

Danford Demujacase no maneja estas variables. Sin casco, guantes, ni mascarilla, lava el barro catorce horas seguidas. Es uno de los de la imagen de arriba, a la izquierda. «Esta es mi primera vez. Hemos sacado un montón de tierra, luego la vamos a pasar por el agua... tal vez podamos encontrar algo dentro. No lo sé, Dios es el que sabe si vamos a encontrar oro o no. Hay que seguir», explicaba a los periodistas de 'Reuters'. Danford conoce mucho mejor otras minas, las que amputan y matan. Durante la guerra, militares y guerrillas sembraron de explosivos doce millones de kilómetros cuadrados. La provincia de Manica debería estar ya limpia gracias a la colaboración internacional.

Con un pasado así y un presente un tanto embarrado parece complicado reír como el protagonista de este reportaje. Pero como dice el escritor Henning Mankell, una de las miradas occidentales que más defiende y admira Mozambique, «este maravilloso pueblo ha sufrido una miseria tremenda sin perder su dignidad y su actitud positiva ante la vida. No han perdido su voluntad de progresar y desarrollarse».

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