TODOS A LA CALLE. ALEJANDRO TORRÚS


TODOS A LA CALLE
Eran cientos de miles de personas, 800.000 según los sindicatos. Todos ellos con algo en común: son víctimas de lo que consideran una estafa a la ciudadanía. Sus carteles, sus gritos y consignas señalan a un culpable: el Gobierno y los recortes que está imponiendo a la sociedad. Pero tras la muchedumbre, bajo la pancarta elaborada para la ocasión se esconden las historias personales de cada uno. Dependientes, parados, pensionistas, funcionarios, estudiantes... que cada mes tienen que llegar a final de mes. Los ajustes no dan respiro y cada vez quedan menos agujeros en el cinturón.

La historia de Justina Sánchez sirve como ejemplo de cómo una crisis puede acabar con las expectativas de futuro de toda una familia. Justiene tiene 69 años. Con el último Gobierno socialista su pensión quedó congelada. Desde que se aprobó la reforma laboral dos de sus tres hijos ha quedado en paro y su única nieta quiere estudiar en la universidad. “No sé si sus padres podrán permitírselo y yo no puedo ayudar en mucho”, reconoce esta mujer. Su escasa pensión está destinada a ayudar a su madre, de 90 años. “Ahora van a por la Ley de Dependencia. No sé cómo nos va a afectar, pero solamente con que me quiten un euro de la ayuda que recibo me complicarán mucho la vida”, reconoce.

 
La incertidumbre sobre qué pasará con la Ley de Dependencia asola a muchos de los presentes en la marcha. Pedro Francisco Maroto, de 57 años, marcha en medio de la multitud en su silla de ruedas motorizada. Lleva con orgullo en el pecho una pegatina de Comisiones Obreras. El simple hecho de manifestarse constituye todo un éxito para Pedro Francisco, quien necesita la ayuda de una cuidadora para poder salir a la calle.
Este hombre vive con su madre, de 94 años, quien está postrada en una cama desde hace varios años. “Ahora mismo nos atiende una cuidadora de la Comunidad de Madrid a los dos, pero tengo mucho miedo”, reconoce Pedro Francisco. El miedo está más que justificado. Cada día en los telediarios ve nuevos recortes y a los ministros amenazar con que la caja está vacía. “Si nos quitan a nuestra cuidadora, ¿qué va a ser de nosotros? ¿Nos dejarán tirados dentro de nuestro piso de apenas 60 metros?”, se pregunta.
La historia que relata y las lágrimas que asoman por sus mejillas llaman la atención de un joven que corre a animar a Pedro. “Me da vergüenza este país. Durante años hemos vivido en otro mundo, una realidad paralela. ¿Nadie sabía lo que estaba pasando? ¿Nadie supuso que podríamos terminar así?”, insiste este joven, cuya situación particular no tiene nada que ver con la de Pedro Francisco, pero que también refleja la realidad de una juventud a la que alguien le robó el futuro.

Marcos Castellanos, así se llama el joven, tiene 27 años. Estudió arquitectura y nunca, “jamás”, ha tenido un contrato laboral en su ramo. “Aunque eso no significa que no haya trabajado”, puntualiza. Según relata Marcos ha trabajado en dos estudios de arquitectura cuando aún era estudiante y se construían pisos por todos los rincones del país. “Nunca me pagaron, pero creía que estaba labrándome un futuro. Me engañaron como a todos”, resume.
Unos cuantos metros más atrás y con cientos de personas de por medio, se encontraba el sindicato de arquitectos bajo su propia pancarta. Muchos pensaron que durante los años de la burbuja inmobiliaria este gremio tuvo de todo. Alexia Maniega, de 34 años, lo niega categóricamente. “Mientras que unos pocos se llenaron los bolsillos, el resto trabajamos como autónomos, con contratos precarios o incluso gratis”, señala Alexia. El Gobierno ha dado pasos al frente para revitalizar el sector de la construcción pero esta joven niega que volver a la construcción sea el camino. “Quieren que volvamos al pasado y ya se ha demostrado ese modelo productivo no funciona”, analiza.

A pocos metros de distancia se encuentra el sindicatos de los trabajadores en el sector de las telecomunicaciones. Soledad Ruiz, de 48 años, resume la situación del sector. “El ERE de telefónica expulsará del mercado laboral a 6.500 empleados. Las empresas cada vez ajustan más en salarios y las multinacionales que hasta el momento ofrecían buenas condiciones están despidiendo a los veteranos y contratando jóvenes a bajo coste. Todo se lo debemos a la reforma laboral”, explica.
Cambio de sistema

Entre los manifestantes destaca un numeroso grupo que viste de policía, aunque no con el uniforme de trabajo. Cientos de ellos se han unido a las marchas que han recorrido España, en Madrid su presencia ha sido más que notable. “Cuando a uno no paran de quitarle lo suyo, hay un momento en el que tiene que decir basta y salir a la calle”, cuenta Fernando Bello, policía municipal de una pequeña localidad de Madrid que no quiere descubrir. Fernando es consciente de que su presencia ha sorprendido a algunos, aunque él asegura que es la tercera vez que sale a la calle a protestar este verano. “Tanto yo como mis compañeros estamos hartos de esta situación. Algo tiene que cambiar”, añade.

Para Juan Romero, desempleado de 40 años, lo que tiene cambiar está claro. “No se trata del Gobierno o de la oposición. Se trata del sistema. El capitalismo ha perdido el respeto al pueblo. Se atreven a todo y con todos. No pintamos nada. Esta tarde y durante todo el verano seguiremos luchando por cambiar las cosas, pero insisto, ya no vale un cambio de Gobierno, porque los mercados seguirán queriendo más carne. Hay que cambiarlo todo”, concluye Romero.

PUBLICADO EN PÚBLICO

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