CONSTRUIR LA MAYORÍA. JULIO ANGUITA GONZÁLEZ


CONSTRUIR LA MAYORÍA
En nuestra tradición y en nuestra cultura, tan ricas en experiencias y avatares, la cuestión de las alianzas, de la formación de un bloque popular capaz de generar dinámicas profundas hacia la consecución de una democracia total, ha sido central en todas nuestras elaboraciones y proyecciones estratégicas.


El Manifiesto-Programa de 1975 y los demás que el PCE ha desarrollado desde entonces son casi obsesivos en una cuestión central: las alianzas sociales en aras de unos objetivos comunes. Esas alianzas se han expresado siempre en torno a ejes programáticos considerados como base objetiva del acuerdo. IU fundamentó su creación en la coincidencia de programa y en la forma colectiva de elaborarlo. Salvo períodos muy fugaces, el PCE ha sido una fuerza política caracterizada por buscar la creación de una mayoría social capaz de generar cambios con el objetivo de arribar a lo que en el citado Manifiesto-Programa denominábamos Democracia Política y Social.

Sin embargo, con el tiempo, y debido a las urgencias electorales y sus prioridades en definir un bloque de izquierdas, hemos ido reduciendo el ámbito de las alianzas, objetivamente posibles, a un espacio denominado, a veces con notable distorsión, de izquierdas. Y así, dejándonos llevar por ese reduccionismo identitario, hemos arribado a un discurso y una práctica en los que las alianzas se pretenden establecer entre siglas supuestamente representativas de una casa común, unos orígenes comunes o un espacio sociológico común.


Las consecuencias de ese reduccionismo ha conllevado dos situaciones: la visión del proyecto de izquierdas solamente en momentos electorales y a través de una alianza parlamentaria y la permanente subdivisión y atomización de quienes han fundamentado su discurso y una parte importantes de su práctica, en intentar recomponer un bloque en torno a una ficción. Por eso la llamada unidad de la izquierda termina siempre en un anhelo de formar coyunda con el PSOE.

Pero si nos acercamos al concepto mayoría sin tener que pasar por los filtros partidarios o sindicales nos encontraremos ante una realidad social cuyos componentes se caracterizan por ser la legión de dominados: parados, precarios, pensionistas, funcionarios, marginados, jóvenes sin expectativa alguna, frustrados, dependientes, empresarios proletarizados, autónomos auto-explotados, capas y estratos de la clase media, etc. Una mayoría que existe como tal en función de su condición subalterna y precarizada. Parafraseando a Marx podríamos hablar de una mayoría en SI.

Pero esa mayoría está fraccionada, a veces enfrentada como votantes, como portadores de valores sociales y culturales contrarios; y con prácticas informadas por el pensamiento tradicional-conservador. Su rechazo a todo aquello que suene a política, partidos, sindicatos o movilización es algo evidente. Es proclive a dejarse seducir por mensajes simplistas y maniqueos. El poder vierte sobre ella, de manera explícita en unos casos y subliminal en otros, esquemas de conformismo y de imputaciones fáciles a políticos, sindicalistas y personas que intentan romper con sus protestas este estado de cosas.

Sin embargo, en esta abigarrada mayoría reside la potencialidad de cambiar la situación. Precisamente su condición de dominada ofrece inmensas posibilidades de ser interesada hacia una propuesta que afronte los problemas más inmediatos, más perentorios, más urgentes. Un trabajo, un lenguaje, unas prácticas y una gran capacidad de paciente didáctica convenientemente organizados puede hacer evolucionar a la mayoría o al menos a la mayor parte de ella a una situación de mayoría PARA SI.

Programas nacidos de una elaboración colectiva, con objetivos precisos, sin concesión a la retórica que a nosotros tanto nos tienta pueden, como las fichas del dominó, iniciar un proceso que, en cascada, vaya yendo de lo simple a lo más complejo y con ello a mayores grados de concienciación y participación.

Nuestra natural tendencia a plantear un discurso y unas medidas con fuerte impronta identitaria de izquierda deben, a mi juicio, ser sustituidos por metas más concretas e inscritas en ámbitos propositivos que asumidos, siquiera teóricamente, con carácter universal son de difícil cuestionamiento. Obviamente me estoy refiriendo a los DDHH y documentos concomitantes con los mismos. La lógica de su aplicación universal conlleva, inevitablemente a la formulación, por sentido común, de que el bienestar de la mayoría supedita la actual independencia de la economía con respecto a la política emanada de la voluntad popular.

Creo que en esta tarea, muy someramente expresada por mi parte está la única, por ahora, posibilidad de iniciar un proceso de cambio. Ojalá que esta reflexión sirva para analizar críticamente muchos discursos, muchas visiones políticas desarrolladas en el friso de la escenificación institucional con palabras y discursos otrora vibrantes pero ahora inocuos.

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