MONUMENTOS DE MUERTE Y VIDA. JOSÉ MANUEL BELMONTE


MONUMENTOS DE MUERTE Y VIDA
 Hay por esos mundos, palabras elocuentes, siempre vivas. Definitivas, transparentes. Descomunales gritos petrificados. Monumentos, que solo comprende quien ha sentido de cerca lo que expresan. ¿Cómo puede expresarse el tremendo desgarro de la muerte? ¿De qué materia está formada la rotura del alma que da vida, cuando parte? ¿De qué forma brutal se abre el abismo entre el barco que trae la ilusión del ser querido de regreso al hogar, y la mujer, o la madre o los hijos que aguardan su vuelta vigilantes junto al faro? La mano del viento y de la espuma  rompe lo que parecía eterno. ¿Era todo tan frágil?


La ruptura terrible, despiadada de lo que estaba unido. El grito es el quejido de lo que se rompe dentro. Se encuentra en el acantilado cercano al mar, en la costa, que por algo se llama de la muerte. “Costa da morte”. Recortada sobre el mar y el cielo azul, este monumento estremece por su simplicidad y su elocuencia.  Una mole hendida.
       
Se encuentra  en la península de Muxía, cerca del viejo faro, en Galicia.  Está en la llamada Punta de la Barca. Cerca de la Piedra de Abalar y su leyenda, y de la iglesia de la Barca con sus torres alzadas por la fe hacia el más allá de los azules.

 Es impresionante la fuerza con que el mar rompe aquí sobre las rocas. En el horizonte, parecen fundirse el cielo con la tierra. Pero el mar vivo, cercano a la orilla es un peligro para los navegantes y para sus familias.

Lo visité en un día claro, en un momento de calma. Sin embargo es posible imaginar lo que debe ser el lugar en los días y noches de tormenta. En la tragedia de un barco a merced de las olas gigantes que baten contra las escarpadas laderas  de la costa.

          El entorno de las rías, es un paisaje de una belleza difícil de encontrar en otra parte. Sus bosques abundantes, sus prados cercanos, la visión de la mar desde cualquier rincón, un gozo de contrastes.

Pero, en mi viaje por Galicia, encontré, me fijé mejor-porque el viajero encuentra miles-, en otro monumento similar. También dos piedras desunidas pero cercanas. Un monumento mucho más cálido, mucho más humano. Podría incluso decirse que tiene vida. Lo encontré en Vigo. Vigo es una preciosa ciudad, un espectacular balcón  para gozar del mar y de los atardeceres.

 Allí, cerca del puerto, en el paseo se encuentra el monumento. También se explica por sí mismo. Tiene los trazos de la mano despiadada del vandalismo. La educación en este país aún no ha llegado al grado de respetar lo que es de todos. Es un monumento de agradecimiento. No está limpio, pero es nítido y también elocuente. Es un inmenso gracias de corazón.

Cuando una vida, un corazón, se apaga, puede seguir dando vida en otra vida. Es un monumento a los donantes y  a sus familias: “Por enseñarnos que diciendo sí a la donación, decimos sí al mejor regalo que es la vida”.

Por supuesto, no se refiere solo a quienes donan un corazón. Pueden ser riñones, puede ser sangre, pueden ser ojos, puede ser todo lo que tenemos y que puede permitir que un receptor tenga mejor calidad de vida. ¡Es tanto lo que tenemos y podemos, que ni nosotros lo sabemos!

          Como digo, es un monumento a la generosidad, el desprendimiento y el altruismo. España es uno de los países más agradecidos y punteros en esta práctica. Es el país con mayor número de donantes y de trasplantes. Miles de familias tienen la alegría de tener algún familiar que vive con trasplante, incluso, gracias al órgano trasplantado. ¡Quien escribe, también! ¡Tal vez por eso me fijo en estas cosas!

Me alegró que Pontevedra erigiese este monumento a los donantes. En muchas ciudades sólo hay una placa  o una calle  en agradeciendo a los donantes de sangre. La sangre es vida. Donarla es dar un mucho de uno mismo. ¿Quién no ha recibido alguna vez una trasfusión sanguínea? ¿Quién no va a necesitarla alguna vez?

Pero la generosidad no tiene límites. Se estimula la donación y el altruismo  cuando se puede comprobar que se reconoce el gesto y se aprecia y se valora. Es así como se enseña a los paseantes y a las nuevas generaciones a hacer algo parecido. Los monumentos son la palabra directa de la sociedad, a los sentidos de quien los contempla. Su razón de ser llega en el momento en que rompen el silencio del alma y dicen algo.

          También hay corazones rotos que necesitan esa palabra fuerte en forma de esperanza.


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