EL MODELO CHÁVEZ. PABLO BUJALANCE


EL MODELO CHÁVEZ
Una vez conocí en Málaga a unos maestros venezolanos que trabajaban en zonas rurales y empobrecidas de su país, de población mayoritariamente indígena. Chávez llevaba apenas tres años en el Gobierno y ellos afirmaban que la llegada del presidente había supuesto para su trabajo un cambio radical: ahora contaban con muchos más medios económicos y materiales, más personal y una relación más eficaz con la Administración: los procedimientos burocráticos habían perdido gran parte de su feroz entramado, y si antes la petición de una mera pizarra tenía que esperar meses hasta la obtención de una respuesta (no siempre positiva), ahora cualquier contratiempo quedaba resuelto en cuestión de días. Estos maestros admitían que quedaba mucho por hacer, pero se ponían muy serios al dejar claro que nunca habían constatado una sensibilidad semejante desde las oficinas municipales hasta los ministerios. Recuerdo que uno de ellos me dijo: "A Chávez se le ve aquí en España como a un líder populista, casi como a un animador. Pero para nosotros es el hombre que ha desviado los beneficios del petróleo a nuestra causa. Y me temo que nunca llegarán a comprenderle del todo".


Con Chávez ya convertido en mito, para lo bueno y para lo malo, no puedo más que darle la razón a este maestro: a Chávez se le ha conocido muy poco en España. Su imponente figura y sus decisiones más polémicas han nublado todo lo demás. El portavoz andaluz de IU José Antonio Castro propuso hace unos días que se adopte aquí el modelo socialista que Chávez propugnó allá. Y sí, comparto con él la idea de que hacen falta políticas sociales urgentes y que determinados beneficios (los de los bancos rescatados con dinero público) deberían derivarse a la solución de problemas graves. Ocurre que a menudo tampoco se conocen realidades más cercanas: no hace falta ir a Venezuela para encontrar estudiantes de Secundaria que todas las mañanas viajan un par de horas en autobuses viejos por carreteras peligrosas y a menudo cortadas para llegar al instituto a las ocho. Esto sucede todos los días en provincias como las de Jaén, Granada y Almería. La desigualdad de oportunidades no es un cuento: existe, y perdura.

Pero debería IU aprender a valorar los matices. ¿Es necesario comprar el paquete entero? ¿Incluye el modelo que quiere Castro la mordaza a los críticos? ¿No podemos quedarnos con lo bueno y obviar lo demás? ¿O no será que el líder brilla aún demasiado? Qué mala es la admiración, a veces.

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